Daniel Bonet
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Creer que sólo existe aquello que se puede pesar y medir es una actitud poco científica. Nuestros sentidos, al igual que los aparatos eléctricos, captan tan sólo determinadas frecuencias vibratorias.Todas las creencias espirituales de la humanidad sostienen que nuestro mundo tangible es solo una parte de la realidad total y que hay planos sutiles con sus propios habitantes. También es cierto que no se recomendaba intentar establecer contacto con esos seres. En primer lugar para no perturbar el orden natural de las cosas, también porque tales seres podían ser malignos. Tal es el origen de la creencia en demonios, vampiros o malos espíritus, así como de la necesidad de protegerse de ellos.
Sin embargo, no todos los seres del mundo sutil deben ser necesariamente malignos. Tenemos el caso de los espíritus de la naturaleza, de las plantas, animales o montañas, a los que todavía los pueblos indígenas piden consejo y que seguramente es el origen del conocimiento fitoterapéutico o de las ceremonias chamánicas. Sin olvidar las hadas, que perviven en los cuentos infantiles como imagen de bondad.
Resumiendo las principales doctrinas tradicionales, cabe considerar tanto en el universo (macroscosmo) como en nosotros mismos (microcosmo) tres planos: material, psíquico y espiritual. Si los seres propiamente espirituales son las jerarquías angélicas que describe el teólogo místico Dionisio Areopagita, el plano anímico o sutil estaría igualmente poblado de diversas entidades. Desde las musas y genios de la antigüedad grecolatina, hasta los duendes del bosque, pasando por las almas de los difuntos en tránsito. Sin olvidar, como escribió el filósofo Jaime Balmes, que “hay materia visible y materia invisible”.
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(Fragmento, artículo de catálogo)