María José González
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Los hombres surrealistas construyeron diversos imaginarios sobre las mujeres, identificándolas con la figura de la femme fatale o la mujer-niña, pero también con la de la vidente y la hechicera. Elaboraron, por un lado, imágenes de mujeres para «ser miradas»; y por otro, imágenes de la mujer que «ve». Aunque los hombres surrealistas quisieran ser como mediums, siempre permanecen como artistas surrealistas. Sin embargo las mujeres, cualquier mujer, era, al menos potencialmente, una vidente, adivinadora, hechicera, por el hecho de ser mujer.
Muchos estudios se han ocupado de analizar estos imaginarios, entre ellos el de la pionera Xavière Gauthier, quien destaca que la «hechicera» adopta formas diferentes: de femme-fée, magicienne y sorcière. El ejemplo más conocido es el de Nadja. Otro, muy significativo, es el de Hélène Vanel, cuyo nombre era el único que aparecía, junto al de André Breton, en la invitación para la inauguración de la exposición parisina de 1938. Vanel, artista y bailarina, representó a medianoche, vestida con un camisón desgarrado, el papel de una hechicera que, haciendo gestos de conjuro, con la mirada fija y las manos alzadas, «embrujaba» al grupo de artistas surrealistas (hombres) que la rodeaban.
La imagen de la mujer como bruja se exaltaba –a partir de la lectura de La Sorcière de Michelet– identificándola con una mujer sabia, rebelde, enigmática… y bellísima. Algunas artistas surrealistas fueron también identificadas con esta imagen. Breton describió muy tempranamente a Leonora Carrington como una joven y hermosa bruja que poseía «el iluminismo de la locura lúcida», y la identificación de Carrington y Varo con brujas fue frecuente en el exilio mexicano que compartieron. El poeta Octavio Paz escribió sobre ellas: «Hay en México dos artistas admirables, dos hechiceras hechizadas…».
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(Fragmento, artículo de catálogo)